Llovía, desde muy lejos llovía. Y lo notaba. Me
caían las gotas por la cara.
Y el agua que al principio resbalaba por mi piel
ahora me estaba habitando los pies.
El barco tiritaba y la fragilidad de éste
presenciaba algo terrible. Sin embargo no me rendía y además gritaba junto al
frío auxilio. Tampoco me escondía pero si intentaba refugiarme de la tormenta.
El agua se estaba hundiendo, pero yo intentaba
ver el ápice de tierra que se disolvía.
Al fondo había lo que ansiaba, lo que sería el final de mi sufrimiento pero enloquecía solo de pensar en la distancia insuperable que me quedaba por recorrer.
Cambié la mirada y logré ver a mi lado otro barco
en dirección a la orilla. Le sostenía la claridad y entonces me di cuenta de
que el oasis estaba muy cerca.
Ya no tenía prisa, ya no estaba cansado. Tenía
esperanza de llegar a salvo.
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